BAILARINA DESCUIDADA

Puede que me caiga un aluvión de críticas entre mis vecinos y vecinas (especialmente las que me reconocen mientras pago mi compra en Ahorramás - "Tú eres la de las fotos, ¿no?) si os digo que Seseña no tiene encanto ninguno pero, francamente, he visto pocos pueblos tan tristes como este. Si a eso le sumamos lo mucho que ha sonado su nombre en las noticias y no por cosas precisamente buenas pues, qué queréis que os diga, el entorno más idílico no es que sea...
Aunque si he de sacar algo del saco y destacar un lugar con encanto en mi pequeño pueblo, ese es, sin ninguna dudas, este rinconcito en forma de plaza blanca que se levanta a pocos metros de mi trabajo (sí, porque tengo la gran suerte de tener la oficina a 5 minutos de mi casa). Es por eso que Jose y yo solemos escaparnos aquí después de comer para dar un paseo, especialmente si el sol nos acompaña, y, ya de paso (cómo no), hacer algunas fotos. 

El asunto es que a la espalda de estas escaleras de piedra está ubicada la iglesia del municipio y claro, andaba yo de esta guisa, con medio pecho fuera y exhibiendo mis encantos frente a mi fotógrafo favorito cuando 3 sacerdotes de la edad de mi abuelo decidían salir a bajar la comida (OMG).
"Pero tápate" me dijo Jose sutilmente, eso si, del color de una guindilla.
Y yo, dando un brinco del susto y casi del mismo tono que la cara de mi marido, no tuve más remedio que recomponerme y, como si de un descuido se tratase, volver a abrochar ese dichoso botón flojo que "¡Jesús, la guerra que da!"
Jajajaja.

Accidentes...