20 ene 2016

EMPEZAR POR EL PRINCIPIO


Toda mi vida he sido rellenita, desde siempre - o al menos desde que tengo uso de razón. Supongo que podría culpar a mi metabolismo, a mi constitución o a los bombones de chocolate - galletas, bollos, helados, chuches... - con los que mi abuela me premiaba cada noche, a eso de las 22.45, viendo la serie de turno. Y todo va bien, eres feliz y eso, hasta que dejas de preocuparte por las Barbies y las Polly Pocket - tus amigas hace tiempo que dejaron de jugar a "esas cosas de niñas"... - Ahora eres mayor, como ellas, y se supone que también debes ser guay: empezar a quedar con chicos, maquillarte, salir por la noche... Pero esto no es tan sencillo cuando te sobran unos 15 kilos. Y a mi me sobraban. Porque con mi modesto 1,61 m, siempre me he movido en el rango de 65-70 kilos. Es entonces cuando te das cuenta que lo del premio de media noche - y el de después de desayunar, después de comer, después de merendar... - quizás no es tan buena idea. El caso es que, a pesar de todo, nunca tuve la fuerza suficiente para hacer frente a mi "problema" y así, un año tras otro, me fui haciendo mayor de verdad...

Imagino que el punto de inflexión en todo esto fue conocer a Jose. Él ha dedicado prácticamente su vida entera al deporte y más concretamente al fútbol. De hecho, cuando nos conocimos se dedicaba profesionalmente a ello. Así que, meses después de comenzar a salir juntos, decidí que era hora de ponerme manos a la obra y atajar de una vez por todas el problema - mi problema - porque, aunque él me viera maravillosa, yo tenía la sensación - completamente absurda - de no estar a su altura. Y comencé a hacer deporte, cardio principalmente, en forma de running o bici estática en casa cuando la climatología no era favorable. Y dieta, mucha dieta. Una de esas en las que solo comes lechuga y pollo cocido... Bueno, puede que de cuando en cuando también unas acelgas, pero vamos, que de ese estilo. Y sí, perdí peso, mucho. Semana tras semana fui testigo de como mis 65 kilos iban menguando hasta quedarme en 52, pero con mucho, muchísimo esfuerzo... Después de aquello intenté mantenerme, pero lo conseguía tan solo por temporadas, hasta que me podía la ansiedad, dejaba la dieta y volvía a engordar. Y así, un interminable ciclo tras otro, hasta que me quedé embarazada de Alex. Es entonces cuando mi yo se puso en modo "ancha es Castilla" y decidí no privarme de nada...

El problema es que nueve meses de embarazo dan para mucho y ganarlo se gana muy rápido, ahora, lo que se dice soltar lastre... eso ya es otra historia. Y en esas salí del hospital, plenamente convencida y motivada, como si de un primero de enero se tratase... Los primeros meses yo aumentaba de peso casi a tan buen ritmo como mi bebé. A pesar de comer poco, tarde y mal. A pesar de no dormir apenas. A pesar de no parar ni un momento. No lo entendía, pero lo cierto es que estaba demasiado ocupada, demasiado agotada como para preocuparme de la maldita báscula. Iba al médico, le decía que me encontraba demasiado cansada, que engordaba demasiado, que me mareaba, pero en mis analíticas "todo estaba bien". Así que la única receta era: paciencia.

"Paciencia. Es pronto. Es normal. Espera."

Pero más allá de todos los cambios, toda la angustia, la impotencia, la frustración.... el embarazo trajo consigo el momento más maravilloso de mi vida, un instante que no cambiaría por nada del mundo y por el que, al fin y al cabo, bien merece la pena engordar de nuevo esos 15 kilos. Ya habría tiempo para quitárselos, ¿no?


Así, después de pasarme casi dos años sin querer mirarme al espejo, pude retomar el running y algo parecido a mi dieta de lechuga y pollo cocido cuando, por casualidad y no hace mucho, descubrí a las archiconocidas Fit Happy Sisters y me picó el gusanillo. Y hoy puedo decir que, después de casi 8 meses desde aquel día, soy una persona nueva.

Continuará...

Fotografía: www.inoutfotografia.es


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